20120102

Una grieta.

Escasamenete rodée mi pensamiento al notorio luto que he de guardar a mis ilusiones, esperanzas y planes que noté fallecer hace poco. Si no fuera por el excesivo gusto de guiarme ante todo, por la mínima fuerza de voluntad que tengo al sentir culpa; al inferir sentencias a mi persona por los errores de los cuales, sé y me cuesta convencerme de. Aquellos que simplemente, se dejarán ver a luz pública con un pesado y donoso tiempo de respeto o simplemente de olvido. Todo ésto resucitó, gracias a un peluchito con fama reconocida por ser simplemente un ornitorrinco.


Hoy, encontré el llaverito que había regalado con mucho gusto. Las lágrimas vinieron sin cesar como un desgaje de dolores. Si es que no fuera por las circunstancias, me hubiese tirado a la cama y repetir desde nombres hasta lo mucho que me duele.
Sé incluso que preferiría hacerlo trizas, tal igual los otros peluchitos, pero éste es especial. Me imaginó a los sobrinos. Las caras dulces que veía al llegar agobiado a tan cálida casa. Inclusive intenté desvariar con lo mucho que me he de acordar de aquellas personas que jamás podré arrancar de mi corazón. Incluso, el devolver todos ésos regalitos que había envuelto, me ha hecho sentir un veleidoso pesar que inviste mi actitud mañanera.


Los ojos del peluche me incitaron a pensar en sus carillas, con esa increíble terneza que con todo y la voluntad llena de ahinco por recomponerme, me hizo pensar en aquellas criaturas de las caricaturas; los perrillos callejeros a la hora de verte masticar un bocado. Recordé del último viaje. Aquél en el cual, dimos un chicharrón crujiente a tal perrito. No sé si simplemente la vorágine de memorias, me hizo querer no levantarme de la cama. Pero a final de cuentas, con ése mensaje, me hizo necesario recordar, que lo que alguna vez expresaba cariño, ahora simplemente me expresó el odio recubierto de sandeces y de bajeza.


Guardé el peluchito y me propuse simplemente, recordar con franqueza y dulzura, cosas que me hicieran volverme una sonrisa. Desde aquellos jueguitos de psicomotricidad que honestamente, me hacían desvariar y me acaloraba una vergüenza que debí disfrazar con terno. Debí saber que éste momento llegaría de súbito, dejandome desarmado. Sé que es natural y que el paso de los días lo harán todo más ligero. Sé incluso que ante tantas amenazas, esté ya tan preparado a una seca y mordaz indeferencia, pero aunque todo eso suceda, los recuerdos que me llevaron a lo íntimo; los juegos de manos, el dormir con la víspera del día a mis hombros, con ésa luz casi extinguida por lo bultoso de aquél portón. Aquél que enajenaba con separar los ruideríos al levantarnos tarde y saber que era aún más tarde, por el hecho de escuchar a los niños de la escuela correr. Esos recuerdos, me los devolveré rápido a la mente, para poder seguir de pie.


Sé que eso me dará mayores ganancias y cuando me nuble el resentimiento, contaré con ése peluchito, que me recordará lo bien que me hizo sentir. Recordaré el apodo que era un apócope simple, pero que llenaba de alegría saber que así me llamaban aunque sea para enseñarme un video que no tenía ningún chiste para mí. 


Atesoraré aunque sea eso en los momentos que yo sepa, que el odio turbió lo cálido que solía ser.


Hoy al ver a mi sobrino, supe que él recordará a Víctor, como el genial hombre que de todo se sabe reír. Que aunque mi tía no conceda de él ningún bien hacia su partida, si es que las disyuntivas tornan a sus hogares, sé que el niño, tendrá un recuerdo sincero.
Yo recuerdo afectuosamente la mirada de aquél hombre que ni siquiera su nombre aprendí. Cuando jugaba con la pelota rota, sucia y ovalada. En aquél campo enorme de asfalto que en aquél entonces mis ojos figuraban, aquél que ahora es sólo un cajón de estacionamiento.
Ése tal, que simplemente fingía una vocecilla, para avisarme que no debía estar de tentón en aquella camioneta verde, pick up. Dura y desgastada, que algún tablajero pudo hacerla supervivir con el paso del desgaste del tiempo. Ése recuerdo, fue gratuito. Y aunque mi madre jamás quiso a esa familia, él para mí fue un gran sujeto, con lo poco que pudo ser.
Espero haber llegado a ser algo de eso. Un tierno y sincero recuerdo de lo mucho que les hice reír aunque no me den el lujo de saberlo después.


Adentro de ese cajón,  donde permanece el llaverito, se encuentra el gran tesoro que me recordará el gran ayer. 
Siempre los imaginé de grandes. Teniendo una vida totalmente diferente y que algún día, al igual que en mi sueño, viese a aquél hombrecito que gustaba de sentar en el suelo contraer nupcias con una bella mujer. Sólo recuerdo el haber soltado lágrimas al despertar de aquél sueño y aunque inmóvil por las cumbres de cobijas que yacían sobre nosotros, pude observar a la persona, con la cual, me enamoré de la imagen de sus 40 años. Igual, sin cambios en sus facciones, con una sonrisa angelical y muy cálida. Vestido de color negro con un smoking ajustado y con unos lentes desgastados. Ambos haciendo de comer.


Duele tanto ésta grieta, pero me aseguro de que será, el hueco por el cual, podré observar mi tan atesorado ayer. Quiero permanecer recostado, por que para mañana, sé que me invadirá forzadamente, otra sentida actitud, que me aseguraré de prevalecer.


Dejar ir las cosas, dejarlas ir con gratitud por lo mucho que gané, pero que no seré jamás el indicado para verles suceder.


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